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  • Foto del escritorCarlos Agudelo Montoya

Día 3. En tiempos de incertidumbre.

Réquiem en el año de los gemelos


           Los días transcurrían uno tras otro, sostenidos de un hilo invisible, donde, como un titiritero, el universo llevaba a escena una sombra que sin tregua atrapaba la vida del anciano, el hombre de ochenta y tantos años lo sabía, sabía que contra el tiempo no hay posibilidades de ganar lucha alguna, tenía claro que en sus manos estaba el poder de decidir hasta cuándo y cómo se dejaría mover; por ahora su escudo protector ante tan fatal día sería la lectura, solo un buen libro podría protegerlo. Sus gustos al sumergirse entre las páginas le hacían viajar, recordar sus años mozos, cuando la alegría de su existencia fluía a través del goce por las mujeres, los buenos caballos y unos tragos en la cantina de su pueblo natal. No recuerda cuando fue traído por sus parientes al hogar geriátrico de la ciudad. “¿Cómo habían podido desarraigarlo de su tierra?, ¿cómo le habían robado sus amigos y sus caminatas por la vereda, y el baño en el río, donde disfrutaba ver las muchachas chapucear en el cristalino afluente?, se preguntaba una y otra vez. No entendía cómo su familia lo había encerrado en aquel lugar, que, aunque agradable no era su casa, a pesar que se llamase “Hogar del abuelo feliz”, cada vez que recordaba, sus ojos se encharcaban, pero nunca de ellos brotó lágrima alguna, porque Pascual había decidido, tragárselas para no morir de la sed que trae la nostalgia.

        Ahora su vida transcurría a través de las letras de los textos de la biblioteca del hogar, hacía tiempo tenía una distracción diaria: leer profecías. Inició con los profetas bíblicos, los cuatro profetas mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel) y los doce profetas menores. (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías). Pasó luego a los profetas paganos hasta llegar en los últimos años a los profetas modernos. Le inquietó mucho la vida de la búlgara, conocida como Baba Vanga, sus poderes de clarividencia y herbología la hicieron conocer en el mundo, su ceguera la hacía más interesante. Pascual se ufanaba de investigar a fondo los personajes que lo atraían.

          —¿Cómo siendo ciega fue tan famosa? —se preguntaba.

        —Ciego que no ve, es como mudo que no habla —le discutía en forma divertida Ramón, su compañero de cuarto, hombre en edad similar, pero con tizne de diversión en cada una de sus palabras que hacían reír a Pascual hasta más no poder, era una forma de dejar salir las telarañas del miedo y la nostalgia que lo habían aprisionado por años, mientras habitaba esa jaula de oro.

       Eran momentos divertidos, pero Pascual luego de la charla siempre pasaba a la seriedad complementándole con más información.

          —Y fue visitada por grandes estadistas y sus profecías fueron de gran fama.

          Peroratas amenas que llevaban a diario los dos ancianos.

          Cuando Pascual encontró entre los textos de la gran biblioteca las profecías de Nostradamus con sus diez centurias y la colección de 942 cuartetas poéticas, su mundo hasta ahora oscuro se colmó de color, disfrutaba hablar de las profecías ya cumplidas, tenía siempre un tema de interés. Hoy con el estado de emergencia y las nuevas noticias sobre una gran pandemia que a lo mejor se lo llevaría a él y a sus compañeros, había empezado a hablar en verso profético, todos disfrutaban del viejo su locura y la sonrisa que iluminaba su rostro cada vez que saludaba. Ese viernes había dejado estupefactos a quienes lo escucharon hacer una de sus profecías

          —“El dragón de corona, enviará su aliento de azufre, será la forma de callar los centenarios, futuras generaciones quedarán sordas y ciegas al pasado, no recordaran lo que alguna vez fue paradisiaco”.

          Pascual tenía rutinas para cada momento del día: la hora del rezo, la de hacer ejercicio, la de caminar en el jardín, el ver las noticias, el almuerzo, la siesta de quince minutos, un poco de música clásica y su libro del momento. La tarde del tercer mes, veinteavo día, no dejó de hacer lo que siempre hacía, caminó lento hasta el salón de lectura con su nuevo libro bajo el brazo y el bastón que un sobrino le dejó de cumpleaños en la administración del lugar, aduciendo que no lo quería molestar y sacarlo de su rutina. Cuánto hubiese querido hablar con el joven. El bastón de carey terminaba en una cabeza de dragón que le permitía estar equilibrado de mente y de cuerpo, decía el viejo. Colocó en la vieja radiola del hogar un disco en acetato, de los que ya los jóvenes no conocen y escogió una melodía a propósito de lo que se estaba viviendo a nivel mundial, Ramón río a carcajadas con la ocurrencia de su amigo, se escucharon las primeras notas del “Réquiem” de Mozart del gran Wolfgang Amadeus Mozart, Pascual se acomodó en una de las tantas sillas reclinomatic, sillas exclusivas para la comodidad de los ancianos, y abrió la página que tenía señalada con un separador de seda roja con borde dorado, comprado en uno de sus viajes a Italia, país donde pasó sus mejores días cuando por primera vez había salido del país. Levantó el libro del momento para que Ramón lo viera y leyó en voz alta para que todos supiesen cuál era su nueva diversión.

          —Las profecías de Michael de Notre-dame, Nostradamus.

         Luego bajó la cabeza y en silencio leyó una y otra vez la cuarteta poética del día, hasta que de forma imprevista inició la lectura en tono alto, los viejos que estaban en el mismo lugar hicieron un silencio sepulcral, escuchaban con atención palaba a palabra.

          —“Y en el año de los gemelos, surgirá una reina, desde el oriente, que extenderá su plaga, de los seres de la noche, a la tierra de las siete colinas, transformando en polvo, a los hombres del crepúsculo, para culminar en la sombra de la ruindad. La gran plaga de la ciudad marítima no cesará hasta que se vengue la muerte de la sangre justa, condenada por un precio sin crimen, de la gran dama indignada por la simulación”.

           Pascual no podía creerlo, cuanto más leía la cuarteta, más entendía cada una de las palabras, el profeta Nostradamus le estaba hablando con claridad y certeza, se acomodó los lentes sobre su prominente nariz y en voz alta leyó verso a verso dándole su propia interpretación a la cuarteta.

            —"Y en el año de los gemelos (2020) / Surgirá una reina (Corona) / Desde el oriente (China) / Que extenderá su plaga (virus) / De los seres de la noche (Murciélagos) / A la Tierra de las siete colinas (Italia) /Transformando en polvo (matando)/a los Hombres del crepúsculo (ancianos)/ Para culminar en la sombra de la ruindad (pobreza y caos económico)/ la gran plaga (coronavirus) de la ciudad marítima (Wuhan china) por un precio sin crimen (morirán inocentes), de la gran dama indignada por la simulación( La madre tierra).

          No podía creerlo, se tomó la cabeza, estregó con brusquedad sus ojos, su interpretación cambiaría la forma de ver el mundo, era la visión de cómo encontrar la solución a la plaga, todos; niños, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos tendrían que tranquilizar a la gran dama indignada con sus acciones, tendría que volver a la madre tierra y sanearla, el corazón le latió muy rápido, pidió que le subieran volumen a la radiola, el “Réquiem” invadió la estancia, Pascual se recostó en su sillón, puso el libro sobre su pecho, sonrió, cerró los ojos y esperó que el dragón con corona lo callara para siempre. Todo fue oscuridad.


MAE Marta Salcedo

(En Los días de la incertidumbre #2)



 

Cuarentena en la caverna


I – De la caverna y sus habitantes


          La caverna tiene tres pisos y una buhardilla a la que se accede por unas escaleras ocultas tras las puertas de un armario, tiene chimenea, un jacuzzi recién instalado, cocina integral, dos televisores de un tamaño casi obsceno, siete habitaciones (contando la de Narnia), un comedor en el que se pueden sentar holgadamente unas veinticuatro personas, cuatro balcones, siete ventanas siempre cubiertas por unas inmaculadas cortinas blancas, un jardín en el primer piso y una nevera que es por lo menos dos veces más grande que la puerta principal, ambas son negras y elegantes.

          Los directores de la caverna, o padre y madre como nos piden que les llamemos, duermen en lo más alto de su pequeño paraíso material, en el segundo piso dormimos los futuros herederos: un músico que ha abandonado más de cuatro carreras universitarias y sigue siendo un bachiller, una linda chica de 16 años que se dedica a su novio y a los scouts (sin dejar de ser por ello, una estudiante responsable), un anciano con setenta y tantos años que habla poco y se dice tío de madre, y finalmente, el chico este, el de los malabares.

          También tenemos algunos habitantes carentes de lenguaje: dos perras, Lulú y Megan; un curí, Narciso; y los cadáveres de sus recién fenecidos compañeros de jaula, Cioran y Jung. En la cocina hay una familia entera de cucarachas alemanas a quienes los habitantes de la caverna les niegan cualquier derecho a la vida. También se supone que dios habita aquí, en medio de todos.



II – ¿Viven como nosotros?


          Comodidad, limpieza y orden.

          Todos en la caverna permanecemos el tiempo que nos es posible fuera de ella.

          Los progenitores han trabajado de 8 am a 10 pm desde que están juntos, y el resto de nosotros, buscamos una excusa para no sentirnos solos en la inmensidad de la caverna. Por eso dios hace tiempo se dio por vencido con nosotros y solo viene los domingos, cuando se celebra la misa comunal con el padre de la esquina, para la misma misa que nosotros sacamos las sillas, tocamos la campana y hacemos las lecturas.

          El inmenso comedor es rara vez ocupado por más de dos personas a la vez y por eso su barniz brilla tanto como la ausencia de una unidad familiar en lo no material.

        Las sombras en las paredes aquí, son las que proyectan las luces artificiales cuando se encuentran con lo material, ese es el medio de relación en la caverna, las felicitaciones se dan con regalos costosos que implican deudas, los castigos se imponen por medio de la retención de algún bien y la mayoría de las verbalidades que se profieren se refieren o a la limpieza o al mantenimiento de algún inmueble.



III – La cuarentena


         Hoy, en la caverna pasa algo excepcional, se ha declarado que todos los habitantes se deben quedar adentro por un tiempo indefinido. Y gracias a la reforma que se estaba haciendo a la casa en las últimas semanas, cuento con la singular experiencia de estar encerrado en una caverna sin más puertas que la principal, y las del tercer piso.

           Todos los habitantes nos esforzamos por lidiar con la caverna tras ser conocedores de lo que hay más allá de la puerta. La chica linda y el anciano, que corren más riesgo por sus condiciones inherentes, no tienen mucho que hacer en casa. Él, languidece en su cama, a oscuras con los ojos abiertos, deseando en silencio estar afuera sobre sus dos ruedas como lo haría en cualquier otro tiempo. Ella, más acostumbrada a todo lo abrumante de la caverna, hace lo de siempre cuando está en vacaciones, cocina de vez en cuando, ve películas o series todo el día, y guarda la esperanza de ver a mi cuñado atravesar la puerta principal.

           Padre trabaja ahora de 8:00 a 6:00 y cuando llega, se sienta en búsqueda de un bálsamo para su fatiga que a veces encuentra en alguna pantalla que proyecta películas de algún santo, claro está, con el volumen adecuado para solapar lo justo la voz de madre, no mucho, porque si no la escucha, ese piloto automático que tanto admiro no funciona correctamente.

           Yo, por mi parte, me consumo paulatinamente en esta ansiedad que ya había olvidado mientras hago un esfuerzo para saber qué es lo que platón trata de decirme. Y creo que comienzo a comprender eso de preferir “sufrir cualquier otro destino antes de vivir en aquel mundo de lo opinable”.


Andrés González


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