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  • Foto del escritorCarlos Agudelo Montoya

En tiempos de encierros e historias

Actualizado: 28 mar

Lo que aprendemos de El Decamerón de Giovanni Boccaccio


La literatura como forma de preservar, sin proponérselo, la historia de la humanidad y ante todo el sentir del ser humano frente a los hechos que le son obligados a vivir, nunca dejará de sorprendernos. Hace más de seiscientos años un escritor italiano halló en el encierro y los cuidados protectores para eludir a la peste, la opción de compartir cien narraciones como forma de retribuir su buena fortuna frente a la enfermedad. Sorprende, no sin cierta desazón, que tanto tiempo después sus palabras estén llenas de sentido.

“Digo, pues, que ya habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho”, escribe Boccaccio en la “Jornada primera”. Aquella peste los obligó a huir y encerrarse cuando llegó a ellos “tras haber comenzado algunos años atrás en las regiones orientales, en que arrebató innumerable cantidad de vidas y desde donde, sin detenerse en lugar alguno, prosiguió devastadora, hacia Occidente, extendiéndose de continuo”. Un poco más adelante continúa: “Adquirió aquella peste mayor fuerza porque los enfermos la transmitían a los sanos al comunicar con ellos, como el fuego a las cosas, secas o empapadas, que se le acercan mucho. Y aun esto se agravó al extremo de que no sólo el hablar o tratar a los enfermos producía a los sanos enfermedad…”

No hay en estas palabras ninguna predicción, solo un registro interpretativo de hechos que trascendieron a todo el mundo conocido hasta el momento. La peste negra tuvo su mayor auge entre 1347 y 1353, aunque presentó un primer brote en el siglo VIII y otros esporádicos después de los hechos narrados por Boccaccio, quien escribió El Decamerón entre 1351 y 1353; de acuerdo a los datos conocidos ha sido la pandemia más mortal en la historia de la humanidad acabando con más de la mitad de la población europea. Llama la atención que los seres humanos reaccionamos casi de la misma manera a situaciones extremas como la peste negra a pesar de los siete siglos que nos separan. “Estas cosas, y muchas otras semejantes y hasta peores, provocaron numerosas imaginaciones y miedos entre los que conservaban la vida, quienes no miraban más que a una finalidad harto cruel: alejarse de los enfermos y de sus casas, con lo que creían adquirir la salud”.

Hoy, cuando el mundo detiene por fin su ritmo frenético para evitar la expansión sin control de una nueva enfermedad, leer El Decamerón, más que la lectura de un clásico, es una invitación a reencontrarnos con los seres queridos, con los amigos y familiares. Ahora somos más que esas siete mujeres y tres hombres que el escritor italiano encerró para narrarse entre sí durante diez días historias que les permitieran olvidar por un instante lo que ocurría en el mundo de afuera; tenemos a la mano una tecnología que nos permite acercarnos sin la necesidad de estar todos en el mismo espacio físico. Es el momento, entonces, de crear el Decamerón del siglo XXI.

¿Cuántas historias tenemos por compartir? ¿Cuánto deseo de escuchar y ser escuchados? Desde el nacimiento de la humanidad nada atrae más a mujeres y hombres que las buenas narraciones, que además de divertirnos nos reconfortan al quitarnos la sensación de soledad, esa que nos invade al creernos los únicos con pensamientos fatales o con buena fortuna, o incluso, solo por el hecho de sabernos acompañados a través de las palabras.

Aprovechemos los momentos de recogimiento debido a la prevención que debemos asumir hoy, para estar más cerca de los nuestros o hallar nuevas cercanías, escribámonos con regularidad, llamémonos más o apaguemos por un tiempo todas las distracciones que nos alejan, y miremos a los ojos a quienes tenemos cerca; todos estamos llenos de preguntas, de miedos, de pensamientos que tememos compartir o solo queremos pasar el tiempo con quienes amamos.

Aprendamos de Boccaccio y acerquémonos a través de las palabras.


“Humana cosa es tener compasión de los afligidos; y esto, que en toda persona parece bien, debe máximamente exigirse a quienes hubieron menester consuelo y lo encontraron en los demás. A la fe que si hubo alguna vez alguien que necesitara confortamiento y con estima y placer lo recibiera, uno de ellos fui yo.”


Carlos Agudelo Montoya

Obra de portada de Franz Xaver Winterhalter

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