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  • Foto del escritorCarlos Agudelo Montoya

De la relectura


Yo he tratado más de releer que de leer, creo que releer

es más importante que leer, salvo que para releer,

se necesita haber leído.

Jorge Luis Borges

 

Estamos de acuerdo en que Borges podría ser catalogado como el mejor lector del siglo XX. Demostró su gran bagaje lector en diferentes textos ensayísticos, así como en su producción de cuentos y poesía. En sus entrevistas se ve a un hombre que representa la figura del escritor-intelectual, siempre con una cita que acompaña sus ideas o con la vitalidad del lenguaje nutrido con lecturas.

No obstante, tengo una discrepancia con su postura frente a la relectura. Cuento con una memoria que guarda poco de lo que lee, no podría autodefinirme como una persona que sabe fragmentos de obras literarias, aunque suelo recordar algunos de vez en cuando, no hacen parte de mi repertorio, como suelen pintar a los lectores eruditos. Recuerdo justo ahora la película A Love Song for Bobby Long (2004) protagonizada por John Travolta; Bobby Long es un profesor de literatura enamorado de la lectura y el licor, una buena parte de sus diálogos son fragmentos de obras literarias. Cuando la vi por primera vez sentí que esa capacidad no me había sido dada; en su momento creí que estaba muy mal que un prospecto de escritor —que era yo— no tuviera en su mente las mejores citas de las obras amadas.

Ahora, gracias a esa distancia que vamos tomando con el joven que fuimos, pienso que mi poca retentiva literaria me brinda la oportunidad de disfrutar de la relectura como si nunca antes hubiera leído. Siendo así, no soy el tipo de relector al que Borges se refiere. De mis lecturas previas suelo grabar sensaciones y situaciones —casi siempre generales— que no inciden lo suficiente en la relectura; en medio de una novela ya leída me puedo sorprender como si fuera la primera vez que poso mis ojos sobre ella, o sufrir la angustia de no saber cómo se solucionará un conflicto o qué pasará con los personajes. Incluso he llegado a comprar libros que estaban desde antes en mi biblioteca y, más inquietante, ya había leído.



He dejado de pelear con esa parte de mi ser, incluso abrazo con alegría mi falta de memoria. Ahora bien, voy a plantearlo de otra manera. En mi caso, a la lectura le calzan perfectas las palabas de Heráclito:

 

“Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.”

 

Solo es cuestión de cambiar dos palabras: cruzar/leer – río/libro y ya está, ninguna de mis lecturas será la misma, ninguno de los libros será el mismo. Pero sé que no soy el único, a veces pienso que somos legión aquellos que gozamos de la lectura con la tranquilidad que nos brinda nuestro desinterés por la memoria: disfrutamos cada palabra, cada trama, cada giro narrativo —lingüísticos o argumentativo—, por el simple goce estético, porque esa palabra escrita se nos convierte —línea a línea— en la vida —en el todo— durante ese lapso de tiempo que estamos solos con un libro.

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