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  • Foto del escritorCarlos Agudelo Montoya

Sin sed

Me callo y los observo. Algunos me retornan la mirada, aunque no logro identificar si es por comprensión sobre lo que decía unos instantes atrás o es un aprendizaje adquirido con los años en las aulas de clase: “mira al profesor, así él piensa que le estás prestando atención”. Los demás desvían el rostro, hacia abajo o hacia algún compañero. Sus celulares no están a la mano, se encuentran a kilómetros, sobre la mesa ubicada para los docentes; están allí por el condicionante de no usarlos durante la hora de clase, entonces, no pueden blandirlo como escudo frente a la exposición que genera saberse frágil ante un discurso.

En menos de diez minutos les había mencionado variedad de conceptos en espera de que alguien levantara la mano o que mi interrumpiera para solicitar una definición o una aclaración. Nadie. Era el desierto. Era el silencio.


Podrían ser conceptos difíciles, está bien, es mi tarea acercarlos a su comprensión. Pero ¿cómo puedo saber si los conocían o qué llegaba a sus mentes al escucharlos? Es fácil identificar que frente a “ideología”, “imperialismo”, “economía”, “conflicto bélico”, “orden mundial”… jóvenes de quince años, en promedio, se encuentren sin bases… Aún así, nadie pregunta qué significan. Aunque es inquietante que ante “heterosexualidad”, “fe”, “siglo”… exista el mismo silencio.

Procuro dar el beneficio de la duda ante cada situación de la vida. Menciono el nombre de un estudiante y le pido que me diga qué entiende por uno de los conceptos anotados en el tablero, su respuesta: “No sé”. Le pregunto a otra estudiante, quien solo me mira y permanece en silencio. ¿Hasta qué punto habremos coartado la fundamental habilidad de preguntar lo que no sabemos para que la gran mayoría de los jóvenes prefieren guardar silencio? O más desolador, ¿qué estamos haciendo mal para que en apariencia no se interesen por saber?

Los cuestiono, les pregunto qué ha pasado en su formación académica para no manifestar sus dudas, para callar ante el desconocimiento de algo que luego, tal vez, les será evaluado. De nuevo solo me miran. Alguno tal vez estaría pensando: qué tipo tan raro, por qué no nos dice lo que debemos hacer para sacar una buena nota y nos deja tranquilos.

Como explicarle a ese estudiante que me es imposible —hasta el día de hoy— no invitar a pensar ni a cuestionar lo que nos rodea. Estamos cruzando el momento histórico en el que más acceso se tiene a la información y el conocimiento, pero pocos, muy pocos, tienen intereses en hacer algo con esa facilidad. Los datos están ahí, a un click, a un corto tecleo… ya no es necesario pasar horas, días o semanas en la búsqueda de una información. Aun así, estamos fracasando en formar a los niños y jóvenes en el deseo por aprender.

Y no me refiero a la ignorancia, porque de ignorar lo hacemos todos, nadie tiene el conocimiento de cada tema que existe, ni de las disciplinas, ni de las situaciones que nos rodean. Me refiero a ese paso adelante que da quien se pregunta ¿y eso qué significa?, ¿qué quiere decir esto o aquello?

¿Cuánto tardaremos en actualizar a los tiempos que vivimos el sistema educativo? ¿Cuánto nos falta para que la educación no sea una valoración sino un deseo por aprender? ¿Llegará ese día del cambio o el hoyo negro se hará tan grande que terminará por destruirnos?

Toma sentido ese adagio popular: “Puedes dar el agua, pero no la sed”. Mi temor se agranda cuando, ante la inmensidad del desierto que es internet y cada gramo de información que allí yace, los caminantes se pierdan en sus arenas sin nunca buscar el agua o sin siquiera saber que existe, aunque de ella dependa la vida.

 

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